Toma 1: un retrato. Luego entra en plano medio un sujeto, sumergido en el silencio sepulcral pseudo-religioso de un museo. Es un acto contemplativo de las obras más famosas y conocidas de Vincent Van Gogh: así comienza “Cuervos”, un fragmento del film Los sueños de Akira kurosawa.
Lo que me sucedió con esta versión de “Cuervos” fue un detonante, un disparador de preguntas, todas ellas ponen en tensión la triada: pintura – fotografía – cine.
En una película el movimiento no se sugiere como en la pintura sino que lo vemos, lo vivimos y lo transitamos. La duración y el tiempo son entonces una premisa fundamental en el cine. sea la película que sea, la cámara en constante movimiento nos muestra el mundo, o una abstracción de él, desde distintos puntos de vista.
Leía a Balázs, un autor interesante que afirma que la genialidad del nacimiento del cine radicó en que “no solo mostró otras cosas, sino que lo hizo de otra manera”, logrando eliminar la “distancia interior que hasta ese entonces pertenecía a la esencia de la experiencia artística”[1]
Sserá esa la distancia que sentimos cuando contemplamos un cuadro?
Esa incapacidad de zambullirnos dentro.
En el fragmento “Cuervos” el instante en el cual transgredimos y traspasamos el lienzo junto con el personaje es mágico. Quedamos atrapadxs en un tiempo cíclico, un sueño que comienza y termina las veces que queramos proyectar la película.
Kurosawa nos sumerge primero en un maravilloso “cuadro viviente”, para hacernos deambular y encontrarnos luego con un Van Gogh en pleno momento creativo -personaje que encarna Martin Scorsese- . Lo interesante de esta escena es también cómo a partir del montaje (plano de Vang Gogh dibujando y haciendo cálculos, plano de un tren que se desplaza con velocidad), Kurosawa refuerza la frase del artista: “Trabajo, me esclavizo, me conduzco como si fuera una locomotora”. Se me disparan otras cuestiones en relación al tren: el debate acerca del nacimiento del cine como un producto de masas y la construcción del/la sujeto/a moderno como unx viajerx inmóvil que es transportado.
Ver una pintura desde el interior de la misma pintura solo sucede en las películas, es un regalo, una posibilidad que tenemos nosotrxs, espectadorxs, de cambiar ese punto de vista de espectadorx/r pictórico/a centradx y distanciadx para zambullirnos en lo que está por detrás o por debajo. Escribe Balázs “Cuando tomo un cuadro en mis manos, jamás podré penetrar en su profundidad. No solamente estoy incapacitado corporalmente, sino que mi consciencia tampoco encontrará lugar dentro de él, ya que el cuadro no podrá nunca despertar en mí la idea de que yo sea una parte de él y me consideré en su superficie.”[2]
Desde el lenguaje cinematográfico Kurosawa nos da la posibilidad de deambular por esos interiores pictóricos y encontrar un lugar dentro de ellos, transportandonos cual viajeros inmóviles.
[1] Balázs, B. “La cámara creativa” en El Film. Evolución y esencia de un arte nuevo. Editorial Gustavo Gili, S.A.
[2] Balázs, B. op. cit.